El masaje es algo básicamente simple.
Nos hace más plenos, más nosotros mismos.
Las manos tienen la sabiduría de transferir este potencial a otros.
Si aprendemos a confiar en él, revelaremos mejor que nadie cuál es el significado profundo del masaje.
El ambiente adecuado y una preparación esmerada pueden mejorar mucho la aplicación de un masaje.
La persona que lo recibe se sentirá mucho más cómoda y el masajista también.
Cuando busquemos el lugar apropiado, tomemos en cuenta la soledad y el silencio.
El receptor ingresa en un mundo donde lo único que le importa es el sentido del tacto. Cualquier ruido o sobresalto pueden ser enormemente perturbadores.
Lograr una combinación con las manos, saber ser uno con ellas, constituye la esencia del masaje; en el fondo, el verdadero y único arte.
Hay un cierto enigma en el manejo de las manos y lleva tiempo llegar a conocerlo.
Es una tarea placentera que nunca terminará.
Se aplica una conveniente presión cuando se da un masaje. La intensidad de la fuerza varía, según el estilo particular y la parte del cuerpo sobre la que se aplique.
Una cierta presión es siempre primordial, la presión produce una sensación agradable, como uno mismo podrá observarlo al recibir un masaje.
Debemos acomodar las manos de manera que se adapten al contorno de la zona que se está cubriendo.
Cuando deslizamos la mano sobre la cadera, hay que arquearla de manera que se acople exactamente a esa parte. Cuando las movemos desde el pecho hacia el brazo, debemos ahuecarla para que al pasar cubra los hombros en forma uniforme y agradable. Concentrémonos en el agua de un arroyo cuya amplitud se va amoldando a los altibajos que descubre en su camino.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
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